Esta entrada, viene a colación de un power
point que me han enviado, y me ha hecho recordar tiempos pasados, quizá más
felices que los actuales.
Recuerdo cuando era chaval, que mi padre me
encargaba ir a comprar el carbón con el que todos los días del invierno, él se
dedicaba a preparar el brasero con el que luego estábamos todos calentitos en
la sala de estar. Mitad picón, mitad herraj.
Si te echa un poco más de picón, no pasa
nada. Una mañana de domingo fuimos al rastro de Cascorro a comprar los aparejos
necesarios. Sobre todo la paleta con la cual mover aquello.
En Madrí, cuando hace frío, hace frío.
Era todo un ritual, verle en el patio
preparando los bártulos para que a la hora de comer aquello empezara a
calentar.
Después a media tarde, mi padre me decía :
Juan, dále una meneílla. Y eso formaba parte del ritual. No era apartar las
brasas, sino juntarlas de tal forma que yo hacía una especie de montículo para
que el calor durara más tiempo.
Otra forma de echar a perder el brasero era
" esturrearlo ". Esta técnica, solo se debía utilizar para que antes
de irnos a dormir, el brasero perdiera todas las cualidades caloríficas, y su
calor se extinguiera lo antes posible.
Muchas veces, era más conveniente
esturrearlo bien, antes de sacarlo al patio.
Tuvimos un serio disgusto, una noche de
bastante frío en la mi que mi padre, se quedó dormido allí, y gracias a mi
madre, abrió las ventanas, la cosa no pasó a mayores.
Creo que fue a partir de ese episodio, en el
que los dos pensaron que era mejor pasar a la tecnología inmediatamente
superior. Un brasero eléctrico.
Pero el artilugio eléctrico, automáticamente
perdió toda su esencia y su ritual.
De hecho, en mi calle sigue sobreviviendo
una carbonería de las de antes, y dado la avanzada edad del dueño, supongo que
cerrará cuando éste deje el mundo de los vivos.