domingo, 19 de agosto de 2012

El Chikey

   Un personaje aquél. Llevaba una txapela colocada independientemente de que fuera verano o invierno, ya que la primavera o el otoño en Madrid, es casi inexistente.
   Era el señor que se preocupaba de llegar a todos los parques en los que estábamos todos los que le dábamos a los litros. Nunca admití eso de las litronas. Eso parece hasta ofensivo. Hey chikéis ¿ qué hacéis ?.
   Llegaba, echábamos unas risas, pero nunca nos reíamos de él, sino de las historias que nos contaba de cuando era joven y eso…
   Había sufrido lo indecible. Su mujer estaba en las últimas, y si por aquél entonces se llevaba por litro vacío, -casco- unas diez calas, pues le dábamos todos los cascos vacíos que tuviéramos, para que pudiera llegar a fin de mes. Seguramente no llegaba, pero éramos todo lo solidarios que nuestros paupérrimos sueldos nos lo pudieran permitir.
   El Chikey, llegaba justo cuando acabábamos de bebernos el enésimo litro -que no litrona-. Se enrollaba un rato con nosotros, nos vacilaba con nuestras pintas heavys, y todos nos lo pasábamos de puta madre con él. Y el con nosotros.
   Un tío de unos 78 años, con una vitalidad envidiable, gordo ( parecía un pin y pon , de esos que los ponen en el suelo y se tambalean ). Pero era entrañable, Y digo era, porque supongo que habrá muerto después de tantos años.
   Como siempre, se mueren los mejores, los peores viven casi eternamente, los muy hijoputas.
   Un saludo Chikey allá donde estés. Pensándolo mejor, ¿ dónde coño vas a estar, si después de esto que llamamos vida, no hay nada ?.
   De todas formas un saludo, de parte de la banda Heavy del parque.
   Qué pena de parque. Pasé por allí hace dos meses y allí no había nada. Ni "El Chikey", ni Heavys, ni siquiera había niños jugando en la parte de arriba donde están los columpios.
   Vaya mierda de siglo XXI.

( El orden correcto de lectura, serían las 2 entradas anteriores. Los Trabucos, Los Cartones, y después El Chikey, para tener un mínimo de sentido temporal ).

Los Cartones

   Poco más mayor que en la época de los trabucos y de la venta de perchas, y paralelamente al tiempo en el que pedías a tu madre las 5 pesetas necesarias para comprarte el Montaplex, de la tienda de Felisa, pegada literalmente al lado de la frutería de la señora Julia, había días en que no había dinero para poder comprar esas maravillas de montaje.
   Unos días, soldaditos alemanes de color gris. Otro día estaban los japoneses obviamente en color amarillo, pero los mejores eran los helicópteros de color verde oliva, ya que los tanques eran demasiado pequeños para jugar a una escala verosímil.
   También había barcos, pero eran a una escala todavía bastante poco creíble para poder jugar con un mínimo de calidad.
   Aquello era parecido a los huevos Kinder de hoy, pero sin huevo, y sin chocolate. Eso del chocolate, era una leyenda urbana. Hasta que llegaba tu madre un día del mercado, con la bolsa azul de nylon, y a aquella estupenda mujer, le había llegado el dinero suficiente para traer una tableta de las buenas.
   Del de marca "Valor". Nada de mariconadas de Nestlé. Del negro. Del que amarga. Ufff, qué bueno.
   Total, que el sobre Montaplex, no daba el suficiente entretenimiento, para pasar la tarde, después de salir a las cinco del cole.
   Hubo una mente espabilá, que sugirió que ya que los viejos cogían cartones del basurero, y los ataban con cuerdas, podíamos entre todos los que éramos, llevarnos unos cuantos cada uno, y entre todos, juntar " las perras " suficientes, para comprarnos nuestros vicios. Vicios que por otra parte, eran llegar a la panadería del Marcelino ( al cual le habían quitado la voz unos marcianos -según su versión-) , y pedirle un polo, de los que hacía Goya, su mujer. De leche y dulces como era ella.
   Goya debió ser una mujer muy bella de joven, y aunque quería llegar a no perder su juventud, virtud que había perdido 30 años antes,  seguía pintándose los labios de color rojo carmesí, pero de una forma parecida a las mujeres del Cabaret. Era patética, pero a su vez, también era dulce y simpática.

   El tema de los cartones, al principio fue como un trabajo en modo cooperativo. Nos uníamos los de mi calle, y los de la calle de al lado.
   Pronto nos dimos cuenta, que era más rentable ir por calles separadas. Llegamos a una auténtica competencia con los de la calle de al lado.
   Yo creo que por entonces, lo que le molestaba a quien nos compraba los cartones, era la pila de críos que estábamos haciendo cola para vender nuestro "producto".
   Los principales afectados de aquella historia, fueron los viejetes, que cuando llegaban a intentar pillar los cartones, allí no quedaba ni el recuerdo de ellos.
   Creo que lo que hicimos, fue una auténtica competencia desleal. Pero no teníamos conciencia.
   Ca´Angelete, era nuestro principal comprador. Hasta que nos echó de allí casi a patadas, porque se dio cuenta de que los cartones del medio del hatillo que llevábamos, estaban previamente mojados, para que pesaran un poco más. Hoy es un taller mecánico.
   Bueno, aquí, no se acabó el mundo.
   Unas calles más abajo, estaba RUA. Además pagaba mejor, pero siempre nos avisó, que si llevábamos un cartón mojado, no nos compraría nunca más.

   La época de venta de cartones, acabó cuando empezamos a currar con los 16 añitos de rigor.