jueves, 14 de junio de 2012

De chavalines...



   Después de decidir dar una vuelta por Madrid, aparezco en Atocha. Ida y vuelta, 12 kilometrillos de nada, a pata. Eso sí, respiro aire puro y natural, como en la canción de LEÑO.
   Digo, puedo seguir un poco más y visitar la Feria del Libro. Llegué bastante temprano. Estaban abriendo, y la mayoría de los puestos todavía estaban cerrados.     Punset o algún otro, vendría por la tarde. Ofertas : 3 libros, 5 euros.   Nada que no se pueda bajar de Internés.
   Me voy de vuelta. ¿ Cojo el tren, o vuelvo andando ?.
   Después de subir desde el Puente de Vallekas, que es lo que más cuesta, cómo voy a coger el tren.
   Decido volver a pata, y así me ahorro el 1,35 del tren, y tirar millas de nuevo por la Avda. Ciudad de Barcelona.
   Llego a mi barrio, pero tiro para las calles donde me crié.
   Plazoleta de Uceda. Joder, cómo ha cambiado esto. Antes, nos juntábamos todos los chavales allí, y hacíamos la Vuelta ciclista a España, abriendo camino entre la arena que llenaba toda aquella plazoleta.
   La nuestra, estaba asfaltada y no podíamos hacer la vuelta ciclista.
   Uno se ponía con las dos manos juntas, avanzando entre la tierra, y los demás sugeríamos las curvas que había que tomar.
   Generalmente era el Yustin, el que hacía el recorrido. Asesorado por los demás participantes que intentábamos ganar aquellas carreras.
   Yustin, era un tipo particular. Se llamaba Agustín, pero cuando le preguntabas cómo se llamaba, indefectiblemente te respondía Yustin. Tenía un defecto en el habla, que incluso sus padres aumentaban al llamarle para merendar. Yuuuuustin, la meriendaaaa.
   Yustin, en las fiestas del Carmen, que se hacen en Vallekas a mediados de Julio, decía :
   ¡ Vamos a los cobetes !.
   Los "cobetes" o cohetes, se tiraban en un parque un tanto lejano, y nos íbamos con una de las madres que tanto abundaban por aquel entonces, por allí. La Maricarmen.
   Te preguntaba tu madre : ¿ Adonde vas ?. Me voy con la Maricarmen a ver los cobetes.
   Entonces no había problema, si nos llevaba la Maricarmen.

   Bien. Después de la ida y vuelta de unos 12 kilometrillos, y escuchando Metal de por medio, aparezco en el parque donde 30 años atrás tiraban los "cobetes".
   Unos señores mayores jugando a la petanca, y yo me siento en uno de los pocos bancos que dan sombra
  ( Odio el sol ).
  Me gusta verlos jugar a la petanca, pero sé que cuando yo llegue a su edad, no tendré tiempo, ni ganas de jugar a eso. Sigo con Van Halen, taladrándome los oídos.
  Otro pequeño recorrido de un kilómetro más -total, qué mas da un kilómetro más, que menos-.
  Vuelvo a la antigua plazoletilla donde jugábamos de pequeños con arena. Aquellos guás que nos currábamos para jugar a las canicas cuando era la moda…
  También estaba la moda de los peones -el trompo-. Luego llegaba lo del yo-yó, y ahí nos servía nuestra plazoleta tan solo. Incluso las tizas que podíamos pillar del cole, para poder delimitar el campo de fútbol, mas las chapas y la plastilina -siempre se llamaba pastelina- para pegar las fotos de tus jugadores favoritos en ellas, y currártelas con cristal y todo…Se necesitaba una buena piedra de pedernal, para dar forma al cristal con el que personalizabas las chapas con los jugadores. 
  Luego venía la moda de los peones.
  En el caso de los peones, se pintaban cada uno a su libre albedrío, pero para la punta, había una leyenda urbana que decía, que para endurecerla - la púa o punta- era necesario utilizar una cagada de caballo o burro en su defecto, que hacía las veces de pegamento. Finalmente y como ya no pasaban casi borricos por el barrio, utilizamos la segunda opción, que era ni más ni menos, que picotear la corteza de los árboles con la misma púa o punta del peón, hasta llegar a la savia. Eso endurecía enormemente el poder de ataque para destrozar los peones rivales.
  Sedita Pura.
  Así lo llamábamos. Sedita Pura. Realmente, eso era la Savia de la Vida.
  Después de pasar por ese trance, el peón de madera -no sin antes haber tenido un remojón en agua-, ya podía considerarse un peón de competición.
  Una vez pasado todo este proceso, sólo faltaba el tunning. Había que ponerle unas chinchetas en la parte de arriba, por supuesto coloreadas, y ya estaba listo para DESTROZAR.
  El objetivo del juego, era destrozar a todos los demás dentro del círculo. Está claro que las chinchetas eran una armadura. Lo peor, era cuando venía " El KIKI". Era temible. Otro que tenía problemas con el habla, y con los mocos. Padto peonez. Padto peonez, y los mocos verdes cayéndoseles de esa cacho nariz. Qué asco. Y rompía peones como si no hubiera un mañana.
   Nunca rompió uno mío. Solo faltaba que llegara ese anormal, y me jodiera un peón que tanto me había costado "personalizar"  ¡no te jode !.
   No me falta inspiración en esta entrada, ya que se podría escribir hasta un libro, pero cuando pasé por allí el otro día, ví la plazoleta asfaltada y adoquinada, y mucho mas moderna, pero se me cayó el alma al suelo.
  No había allí ningún chavalín jugando, ni a la peonza, ni a las canicas, ni a la Vuelta Ciclista a España, ni a NADA.
  Las maquinitas mataron a la sociedad infantil.