miércoles, 8 de febrero de 2012

Los billares

                                                                                                 
   Teóricamente, para entrar en los billares, había que tener 14 años. Era nuestro principal refugio cuando acababa la época del buen tiempo. Veías a los jugones echar sus partidas de billar, e intentabas ver cómo aplicaban los efectos a la bola para hacer carambolas. Había cuatro billares franceses y uno americano.
   El americano era para principiantes. Eso de colar bolitas de colores, era fácil. Lo bonito era ver cuando jugaban en los otros cuatro. De hecho, el americano estaba ahí, para gente que venía de paso.
   Después introdujeron las nuevas tecnologías : los marcianitos. Poco después vinieron las moscas. Pero hasta entonces, las que se llevaban la palma en cuanto a maquinitas, eran las pin-ball, o las de bolas de toda la vida.
   También estaban los campeonatos de futbolín.
   Cuando la tecnología fue aplicada adecuadamente a las pin-ball, es decir, cuando cogías el mechero eléctrico de la cocina de tu casa, y le pegabas al panel metálico de la máquina, aquello era la mejor forma de pasar la tarde gratis. Y con un solo clik.
   Algo más analógico, era abrir el candado de los futbolines, cuando el encargado de los billares, estaba a por uvas. Palanca p´arriba, y bajaban de nuevo las bolas. A saco.
   Aquello, eran tardes de gloria. El señor Paco, no daba abasto, corriendo de un sitio a otro, buscando malhechores por todo el salón de los billares.
   Decidió dejar el puesto. Eso no hizo mas que aumentar la rapidez con la que este tipo de negocios, iban a irse al garete.
   Entró El calorro. El calorro ya sí que no daba abasto ( aunque tenía peor leche que el señor Paco ). Era cojo, y nunca llegaba a tiempo para parar el delito. Si se iba a la zona de futbolines, ya estábamos otros pegándole al Magiclik. ( Eso si que fue un mechero mágico, y no todos los inventos que se hicieron después).
   Y ya ni contar, si alguien contrataba la zona de ping-pong. Eso era ya el orgasmo. Como estaba en otro local adyacente, venga todos a darle al magiclik, otros abriendo los candados. Estaba todo calculado.
   Cuando venía de aquella zona, curiosamente todas las pin-balls estaban llenas de partidas extra, y los futbolines llenos de gente. Había ligas y todo.
   Todo era en detrimento de los jugones de billar, que iban por tiempo, y ahí no había tu tía para tangar. Poco después, llegaron las drogas y aquello ya se volvió incontrolable del todo.
   Hoy es una tienda de regalos.

La señora Angeles

   Cuando iba al médico con mi madre, y me recetaba inyecciones, se me caía el mundo encima.
   Enfrente de casa, estaba la señora Angeles. Decían que en su juventud, había sido practicante.
   Entrábamos en una casa baja, con un pequeño pasillo, que daba a un patio común. Nunca entendí que la puerta de la casa de la señora, era la mas oscura de todas las demás. No solo era oscura, sino lúgubre.
   Tenía el pelo completamente canoso. Unas ojeras muy pronunciadas. Pero lo peor era, cuando te ponía la inyección. Qué pesadilla. ¿ Dónde aprendíó esta mujer a poner inyecciones ?. Tuvo que aprender en la I Guerra Mundial, inyectándoles medicinas a los caballos de carga, para que aguantaran la batalla...
   Al día siguiente, recuerdo cruzar otra vez la calle, de la mano de mi madre, y me tenía que arrastrar. Pero arrastrar literalmente, dando yo, con las punteras de los zapatos en el asfalto, hasta que veía la decisión en la cara de mi madre, y no me quedaba mas remedio que traspasar aquel umbral. Desde entonces cada vez que la veía por la calle, me cruzaba de acera. Me daba un miedo atroz, con esa cara y con esa voz aflautada, y rasposa a la vez.
   Con el correr del tiempo, y cuando seguían recetándome inyecciones, íbamos a un ambulatorio. Estaba un poco lejos de casa, pero curiosamente, estaba mucho mas lejos a la vuelta. Un día acababa cojo de la pierna izquierda. Al día siguiente, descanso. Al tercer día cojo de la derecha. Al volver, no podía nunca jugar con los amiguetes del barrio.
   Este, era un ambulatorio nuevo, pequeño, pero nuevo. Lo que mas me llamó siempre la atención, era un cartel que había en una de las salas que decía : " SALA DE CURAS ". Aquello sí que daba mal rollo.
   Creía que en cualquier momento, saldría de allí un cura a dar la extremaunción, a cualquiera que se quedara "pillao" en la sala del practicante.
   Aún así, y con todo, no tenía nada que ver con la malvada señora Angeles.