Me costó horrores, poder hincarle el diente a aquello. Los incisivos simplemente, no podían. Tuve que hacer uso de los premolares, para poder siquiera partirlo. Pero el sabor que pude obtener, me hizo recordar, a los buenos chorizos de los de antes.
Estanterías tiradas, gente corriendo arramplando con lo poco que allí quedaba. Por la entrada principal, se veía el humo que entraba, gracias a los coches aparcados en la puerta -aunque sin combustible, ardían bastante-.
Todavía se escuchaba el cansino retintín de la musiquilla, ofreciendo las últimas ofertas en leche y huevos.
Fue el último hipermercado que quedaba por saquear en la ciudad. Solo me vino a la mente, que acabaríamos comiéndonos entre nosotros. Otra posibilidad no había.