sábado, 18 de agosto de 2012

Los Trabucos


   De chavalín, recuerdo que tendría unos 10 años, me juntaba con los coleguillas de la calle, de mi misma edad.
   Teníamos un taller de costura y telas al inicio de la calle. Genafo se llamaba el dueño del taller.
   Recuerdo también, que los mayores decían de él, que era judío. Lo cierto, es que en el barrio, no se le tenía en gran estima. Supongo que porque no eran muy bien vistos. Por aquel entonces, llamar a alguien "perro judío" era uno de los peores insultos que los mayores podían proferir. Eso era peor, que escupir a alguien a la cara.
   De todas formas, nosotros éramos inmunes a todos los comentarios sobre ese señor. Íbamos a nuestra bola.
   Lo único que nos interesaba, era esperar a que el señor Genafo, sacara las esperadas perchas, que amontonaba al lado del taller, para que las recogiera el camión de la basura.
   Alguno de los chavales gritaba :  ¡ Ha sacado las perchas !.
   Nos arremolinábamos allí, como los buitres a la carroña. Cogíamos lo que podíamos abarcar con nuestros bracillos. 10, 12. Las que pudieras.
   Íbamos a la calle de al lado, que tenía más público, sobre todo de madres, y nos las compraban todas en un periquete. ¡ Señora, ¿ me compra una percha ? !. Qué solidarias. A peseta por percha.
   Ya teníamos para caramelos esa tarde.
   Pero cuando realmente nos lo pasábamos bien, era cuando el señor Genafo ( supongo que no sería el nombre del dueño, aunque todos le llamábamos así, porque eso es lo que ponía en el cartel ), sacaba lo más preciado del taller. Los trabucos.
   Cilindros de cartón duro. Esos eran utilizados para las batallas que hacíamos, y utilizábamos a modo de espadas, o simplemente para golpear a los rivales.
   Y el sonido que hacían los trabucos al ser estampados en la cabeza de los coleguillas, no hacía ningún daño. Al revés, Tunk, Tunk, echábamos unas risas…Era mucho más fuerte el sonido que hacían aquellos cilindros de cartón, que el dolor que pudieran producir.